El afán por la definición y la búsqueda de una identidad propia han sido dos constantes en el ensayo hispanoamericano del siglo XX. Sin embargo, esta cuestión se ha visto abordada desde diferentes perspectivas que clasificaremos y analizaremos a continuación en base a los textos de los autores que han meditado sobre la identidad americana.
Para abordar las ideas de los ensayistas del siglo XX que han participado en esta búsqueda de definición, será necesario repasar primero las causas por las que el ensayo americano se encuentra ligado a América como continente emancipado, y mencionaremos brevemente a algunos de los autores que intentaron en sus textos sentar las bases de las nuevas naciones.
1. El valor fundacional del ensayo en el siglo XIX.
Con las luchas por la independencia de América en el siglo XIX, las preocupaciones políticas e ideológicas fueron el centro de atención de los intelectuales hispanoamericanos. Comenzó así la reflexión sobre las nuevas realidades nacionales, cuyas ideas y debates se desarrollarán a través del ensayo.
El ensayo en Hispanoamérica es la escritura de origen, es decir, tiene valor fundacional. Estos ensayos constituyen una cartografía simbólica, pues mezclan la ontología y la metafísica para responder preguntas sobre la identidad nacional. Todos estos ensayos son textos frustrados y limitados, pues intentan llegar a la idea general de nación a través de la cultura: es un desfase condenado al fracaso, ya que el “ser” se define por sí mismo y no por la cultura adquirida.
[caption id="attachment_458" align="alignright" width="300"] Simón Bolívar.
Fuente: Biografías y Vidas.[/caption]
Los intelectuales americanos, herederos de los criollos, usan el ensayo como panfleto, propaganda, programa o arenga para conseguir el poder político. Son ensayos con carácter utilitarista e instrumental al servicio de la fundación americana.
Simón Bolívar, en su Carta de Jamaica (1815), caracteriza la conquista y los virreinatos por la tiranía. En el texto hay una crítica feroz al pasado, que justifica la ruptura que propone. De este pasado, sólo merece ser guardada la lengua, que servirá de base para la unión del continente.
En Nuestra América (1891), José Martí hace una valoración del pasado más compleja. Habla de un pasado precolombino, de un pasado español y de un pasado inmediato. A través del ensayo, reivindica el pasado precolombino para incorporar al indio a su proyecto de América. El pasado indígena se ve interrumpido por la Conquista, de la que también resulta un pueblo mestizo que es preciso asumir y que aporta a América su especificidad. El pasado cercano es juzgado con los nuevos peligros que amenazan al continente: la recolonización y el imperialismo estadounidense.
Sin embargo, un grupo importante de escritores americanos piensa que la colonización (importación de colonos blancos) es necesaria para la reconstrucción del continente. Entre ellos destaca Domingo Faustino Sarmiento, que llama a los europeos para producir un “mestizaje positivo” en Argentina.
2. La búsqueda de la identidad nacional en el siglo XX.
Si en el siglo XIX el ensayo trataba las nuevas realidades nacionales tras la Independencia, en el siglo XX es el vehículo de debate y exposición de ideas acerca del concepto de identidad (¿Qué es ser americano, o argentino, o mejicano, ...?). Existen infinidad de ensayos que han intentado ahondar en la cuestión de América.
Son cuatro las respuestas más remarcables a esa pregunta:
América utópica.
[caption id="attachment_459" align="alignright" width="300"] Octavio Paz.
Fuente: Luis Antonio de Villena[/caption]
Octavio Paz se acerca a la cultura mejicana a través de la psicología y la historia en El laberinto de la soledad. Expone la Conquista como un trauma para Méjico y para los mejicanos.
Pedro Henríquez Ureña planteó la libertad del hombre a partir de la independencia cultural de Hispanoamérica, para llegar finalmente a los valores más humanos de la sociedad mejicana. Algunas de sus obras son La Utopía de América (1925), Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928) o Las corrientes literarias en la América Hispánica (1945).
Alfonso Reyes, que bautizó al ensayo como el “centauro de los géneros”, escribió numerosos textos sobre la identidad mejicana, entre ellos Visión de Anáhuac (1917), Notas sobre la inteligencia americana (1937) o Posición de América (1942). En ellos, plantea el presente de la nación en perfecta armonía con el pasado indígena gracias a la bella naturaleza, y elimina las dicotomías que definen por exclusión para la concepción de América.
Compañero de Henríquez Ureña y Reyes del Ateneo de México, José Vasconcelos abogó a favor de la ciencia y la ley en obras como La raza cósmica (1925) e Indología (1926) para abolir los grandes males americanistas: la pobreza y la ignorancia. Según Vasconcelos, gracias a la independencia mental de los pueblos extranjeros, los hombres alcanzarían una perfecta convivencia.
América mestiza.
Para algunos de los autores, la cuestión racial era fundamental para solucionar los problemas de identidad. Fernando Ortiz fue uno de los intelectuales que despojó las diferencias étnicas de las connotaciones negativas que habían tenido hasta el momento en Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar (1940), en el que hace una interpretación de la cultura afro-cubana con un ingenioso humor.
Alejo Carpentier propone en Lo barroco y lo real maravilloso (1975) la definición de la identidad en función de los maravilloso o mágico.
América india.
José Carlos Mariátegui, heterodoxo marxista, seguidor de las vías abiertas por González Prada, ve en el mestizaje un falso problema. En el análisis que realiza en Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928) abarca cuestiones relativas al indio (pone de manifiesto el papel opresivo de la clase dirigente), y propone un cambio en los valores económicos. Mariátegui exalta la herencia inca y condena el pasado colonial español.
América del menoscabo.
Eduardo Mallea propone una visión dicotómica y maniquea de Argentina en Historia de una pasión argentina (1937). Según Mallea, el argentino “invisible” alcanzará una simbiosis con la naturaleza de la Pampa y así obtendrá su liberación.
El problema de Argentina ha sido en numerosas ocasiones abarcado desde un pesimismo radical. Este es el caso, por ejemplo, de Ezequiel Martínez Estrada, que en Radiografía de la Pampa (1933) muestra la realidad nacional vista como un fracaso. Ve la nación como un ente degradado para el que no hay presente ni futuro. La geografía, el campo empobrecido y las condiciones políticas hacen de este país un lugar inhabitable para el que el autor no propone soluciones.
Las ideas de Héctor A. Murena se encuentran en la misma línea que las de los dos pensadores anteriores. Murena propone un “parricidio intelectual” en El pecado original de América (1954) para obtener un nuevo espíritu.
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