lunes, 12 de octubre de 2015

La literatura erótica en el siglo XVIII

Diana después de la caza. François Boucher
Diana después de la caza. François Boucher
En el siglo XVIII existía un ambiente propicio para la creación de literatura erótica debido a la nueva sociedad que creó la Ilustración, más relajada del yugo de las antiguas normas y de los principios religiosos. Aunque el género fue muy cultivado durante todo el siglo, su circulación era clandestina. Para evitar la publicación y la lectura de estas obras, normalmente salpicadas de un tono anticlerical, el Santo Oficio produjo una serie de reglas y leyes para prohibir su distribución y publicación. Como editar poesía galante era prácticamente imposible en estos tiempos, los autores se reunían en tertulias para escribir o recitar poesía obscena, lo que dotaba al género de un gran secretismo. Sin embargo, ahora sabemos quiénes eran estos escritores.

Una de estas tertulias, con orientación plenamente neoclásica, fue la Tertulia de la Fonda de San Sebastián. Su fundador y más ilustre promotor fue Nicolás Fernández de Moratín. La obra más brillante de Moratín dentro de este género es Arte de putear, que circuló manuscrita y en secreto hasta 1898, y en la que el autor muestra un retrato del Madrid nocturno del XVIII en el que jóvenes de clase alta salen en busca de prostitutas, y toca temas como la homosexualidad y el sexo oral, anal y vaginal. Abundan en el texto las críticas a la conducta hipócrita de la sociedad de su tiempo, defendiendo el sexo como el más sano de los vicios y el menor de los males del hombre.

Félix María de Samaniego publicaba el segundo volumen de sus Fábulas, aproximadamente en 1784, mientras escribía la mayoría de sus cuentos verdes, que deleitaban a los más liberales de sus compañeros de tertulia. La Fontaine no sólo le sirvió como modelo en su vertiente fabulística, y por cierto, más conocida que la otra, si no que también se empapó de sus obras galantes, picantes y obscenas y, bajo el influjo de las letras dedicadas a Venus, Samaniego escribió versos eróticos haciendo gala de su doble moral: didáctica por una parte y libertina por otra muy distinta. 

Sus manuscritos fueron compilados y publicados en el siglo XX como El jardín de Venus, colección de cuentos y poemas lascivos en los que el lenguaje erótico es el principal protagonista. A través de una gran riqueza léxica (sobre todo a la hora de designar el órgano genital masculino) se consiguen tanto la finalidad lúbrica como la diversión del lector provocada por la comicidad, la burla y la chanza que pueblan los poemas. Samaniego combina temas tradicionales utilizados ya en el pasado con historias que él incorpora desde su propia creación personal, cuyos personajes pertenecen a la tradición popular: clérigos y monjas de vocación dudosa, mozas, viejos, prostitutas, militares, etc., pero en ocasiones hace acto de presencia una reminiscencia mitológica con nombres como Príapo, Onán, Filis, y, como no, Venus.

No menos lúbrico encontramos al poeta y dramaturgo canario Tomás de Iriarte. Se cree que en su vida amorosa el poeta no fue exactamente afortunado, de ahí que creara versos que hablaban con ironía y burla del amor y de las mujeres en títulos como Poesías lúbricas. Vemos en estas obras parejas de enamorados que se entregan sin medida al placer, matrimonios en los que se enfrentan la voracidad de la mujer y un marido anciano o impotente, o casos de adulterio y prostitución.

En la segunda etapa de la Fonda de San Sebastián, encontramos a Leandro Fernández de Moratín, hijo de Nicolás. Conocido su gusto por el amor mercenario y los burdeles, se le atribuye un libro anónimo llamado Fábulas futrosóficas o la filosofía de Venus en fábulas, compuesto de cuarenta cuentos de tema amoroso que acaban con una lección moral.

Perteneciente a la Escuela Poética de Salamanca (creada por un habitual de la tertulia fundada por Moratín) y considerado el poeta más dotado de todo el siglo XVIII, Juan Meléndez Valdés mostraba un temperamento sensual introducido por elementos más modernos que los usados por sus contemporáneos. El de Meléndez Valdés es un erotismo suave y refinado, a pesar de que en sus versos se pueda encontrar una insinuación carnal explícita. En Los besos del amor, escrita entre 1776 y 1781, es fundamental el papel de los sentidos corporales, y su lenguaje poético hace que veamos en ella insinuación y no lubricidad, sugerencia y no obscenidad. Más tarde, escribió otros poemas con un tono más licencioso, como El maullido de las gatas.

Amigo de Meléndez era José Iglesias de la Casa que estudió teología y se ordenó sacerdote a los 35 años. Sus versos fueron publicados en Poesías póstumas, y en el segundo volumen es donde se encuentran sus poemas más picantes, escritos en su época juvenil.

- Sea, hermana, para bien y norabuena;
mas sepa que yo sufro de igual pena,
pues tengo un panadizo pernicioso
en el miembro colgante y pegajoso
que no uso, Dios me guarde, en otros fines
que el de dar libre suelta a los orines,
y no encuentro, ¡ay de mí!, para ablandallo,
sitio donde metello y meneallo.

Félix María de Samaniego

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