viernes, 13 de mayo de 2016

Dolor y muerte: la vida de Alfonsina Storni

Alfonsina Storni.
El dolor y la muerte impregnaron tanto la vida como la obra poética de Alfonsina Storni. Esta circunstancia no es azarosa: la producción de Storni tiene una gran carga autobiográfica. Es posible encontrar en sus poemas una serie de anécdotas personales, por lo que la voz de la argentina y el yo poético se funden en una sola voz a través de la cual Storni canta al mar, al sufrimiento o a la muerte del mismo modo que se revela ante una sociedad patriarcal que la oprimía, que no la aceptaba, que la quería alba, la quería de espumas, la quería de nácar. Hoy haremos un repaso por los hechos más relevantes que acontecieron en la biografía de Alfonsina Storni, y que fueron determinantes para el desarrollo de su poesía, hasta que ambas, vida y obra, vieron su final aquel fatídico octubre en Mar del Plata.


Alfonsina Storni era hija de suizos establecidos en la provincia de San Juan (Argentina). Cuando regresan a Suiza por un breve período, nace Alfonsina en Sala Capriasca, en 1892. Cuando ella contaba cuatro años de edad, sus padres regresaron a San Juan. Desde que tuvo 11 años se vio obligada a trabajar para ayudar en la economía familiar.
 
Su padre, depresivo y alcohólico, falleció en 1906. Alfonsina, que se dedicó a la escritura poética desde que fue muy joven, trabajó como cocinera y obrera de un taller de gorras. Además, se dedicó al teatro y estudió magisterio.

En 1912, se quedó embarazada de un hombre casado mucho mayor que ella. Sintió miedo y vergüenza por la presión social y se marchó a Buenos Aires en condición de madre soltera, pero siempre defendiéndose de las críticas a través de la poesía.

La loba.
Yo soy como la loba.
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano.

Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,
Que no pude ser como las otras, casta de buey
Con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la maleza.

Mirad cómo se ríen y cómo me señalan
Porque lo digo así: (Las ovejitas balan
Porque ven que una loba ha entrado en el corral
Y saben que las lobas vienen del matorral).

¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño!
No temáis a la loba, ella no os hará daño.
Pero tampoco riáis, que sus dientes son finos
¡Y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!
No os robará la loba al pastor, no os inquietéis;
Yo sé que alguien lo dijo y vosotras lo creéis
Pero sin fundamento, que no sabe robar
Esa loba; ¡sus dientes son armas de matar!
Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta
De ver cómo al llegar el rebaño se asusta,
Y cómo disimula con risas su temor
Bosquejando en el gesto un extraño escozor...
Id si acaso podéis frente a frente a la loba
Y robadle el cachorro; no vayáis en la boba
Conjunción de un rebaño ni llevéis un pastor...
¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed el valor!
Ovejitas, mostradme los dientes. ¡Qué pequeños!
No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños
Por la montaña abrupta, que si el tigre os acecha
No sabréis defenderos, moriréis en la brecha.

Yo soy como la loba. Ando sola y me río
Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío
Donde quiera que sea, que yo tengo una mano
Que sabe trabajar y un cerebro que es sano.

La que pueda seguirme que se venga conmigo.
Pero yo estoy de pie, de frente al enemigo,
La vida, y no temo su arrebato fatal
Porque tengo en la mano siempre pronto un puñal.

El hijo y después yo y después... ¡lo que sea!
Aquello que me llame más pronto a la pelea.
A veces la ilusión de un capullo de amor
Que yo sé malograr antes que se haga flor.


Yo soy como la loba,
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano.

En Buenos Aires se rodeó de una serie de poetas como Amado Nervo, José Enrique Rodó, José Ingenieros o Gabriela Mistral. También conoció a Horacio Quiroga, con el que Storni trabó una gran amistad.

En el verano del 1935 supo que tenía cáncer de mama. Mientras se bañaba en el mar, una ola chocó contra su pecho y ella se desvaneció por el dolor. Cuando se recuperó, tocó la parte dolorida y se dio cuenta de que tenía un nódulo. 

Fue operada, pero el cáncer continuó, por lo que atravesó continuas depresiones. Desde entonces llamó al mar en sus poemas y mencionaba a menudo el abrazo de la mar y de la casa de cristal que la esperaba en el fondo.

En 1937 Horacio Quiroga, también enfermo de cáncer, se suicida tomando cianuro. Alfonsina Storni lo despidió dedicándole un poema: 

Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
y así como siempre en tus cuentos, no está mal;
un rayo a tiempo y se acabó la feria ...
Allá dirán.
No se vive en la selva impunemente,
ni cara al Paraná.
Bien por tu mano firme, gran Horacio ...
Allá dirán.

“No hiere cada hora –queda escrito-,
nos mata la final.”
Unos minutos menos ... ¿quién te acusa?
Allá dirán.

Más pudre el miedo, Horacio que la muerte
que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías ...
Allá dirán.

Sé que la mano obrera te estrecharon,
mas no si Alguno o simplemente Pan,
que no es de fuertes renegar su obra ...
(Más que tú mismo es fuerte quien dirá.)

Cinco días antes de su muerte, Storni envió el poema “Voy a dormir” al periódico La Nación (con el que colaboraba habitualmente) a modo de nota de suicidio.
Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados. 
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito. 
Déjame sola: oyes romper los brotes...
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases 
para que olvides... Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
Le escribió una carta a su único hijo, Alejandro, de 26 años, para despedirse de él. A la una de la noche del 25 de octubre de 1938 salió de su casa y se dirigió hacia el mar. Sus biógrafos aseguran que saltó al agua desde unas rocas, pero en el imaginario colectivo ha permanecido la leyenda de que la poeta se introdujo en el mar y caminó hasta que desapareció. Horas más tarde, dos jóvenes obreros que paseaban por la playa La Perla encontraron su cuerpo.

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