jueves, 12 de noviembre de 2015

Sor Juana Inés de la Cruz

Retrato de Sor Juana Inés de la Cruz, Miguel Cabrera
Fuente: Wikipedia.
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis

Aunque Sor Juana Inés de la Cruz es una excepción entre las mujeres de la sociedad colonial hispanoamericana, su biografía atestigua mejor que ninguna otra los límites establecidos a la formación individual de la mujer del siglo XVII. Sor Juana representa el modelo de mujer intelectual, y se encuentra en lo más alto de la literatura del virreinato de Nueva España (tanto fue así, que era reconocida por todos sus contemporáneos por el sobrenombre de “Décima Musa”). Muchos autores se han esforzado en trazar su biografía, y aquí realizamos un repaso por los pasajes vitales más representativos de Sor Juana, portento de la literatura, las ciencias, las artes y el saber.

Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) nació en San Miguel Nepantla, en México, hija natural del capitán Pedro Manuel de Asbaje y Vargas, de origen vasco, y de Isabel Ramírez de Santillana. A los tres años comenzó su educación en la hacienda de Panoayán, donde vivía con su abuelo materno. Con esta edad aprendió a leer en la Amiga, una escuela “especial” a la que iba con su hermana mayor, donde las niñas acudían para aprender a rezar y bordar (a la Escuela sólo iban los varones.). 

Juana Inés era una niña solitaria, llena de curiosidad y con deseos de saber. Con seis años quiso ir a la Universidad de México vestida de hombre para progresar en sus estudios, pero su madre se negó, y Juana se refugió en la biblioteca de su abuelo, convirtiéndose así en autodidacta. Por ese tiempo escribió su primera composición poética (una loa eucarística, hoy perdida). Es famosa la anécdota que cuenta que en 1660 aprendió latín en veinte lecciones. Sin embargo, en su obra revelará un dominio absoluto de esta lengua.

Cuando su abuelo murió, se trasladó a la capital a casa de unos parientes. Está con ellos hasta 1664, cuando llegan a Méjico los marqueses de Mancera, y entra al servicio de la marquesa. En poco tiempo, debido a su inteligencia y su saber, Juana se transforma en una figura central de la Corte, ya que los marqueses también sentían interés por las letras.

Por su total negación al matrimonio y su deseo irrevocable de leer y estudiar y su amor al saber y a la cultura, Juana decide ingresar en un convento. No es una novedad en la época entrar en el claustro sin vocación religiosa; pero no olvidemos que Juana es contemporánea al Concilio de Trento, a partir del cual la Iglesia Católica se vuelve más rígida, y vive más atenta que nunca a cualquier desviación doctrinal.

En 1667, Juana ingresó en el convento de las Carmelitas Descalzas, pero lo abandonó a los dos años debido a sus rigurosas reglas. Ingresó entonces en el convento de San Jerónimo, donde profesa en 1669, a los dieciocho años de edad. Renunció dos veces al puesto de priora, pero desempeñó dos cargos, el de archivera y el de contadora de su convento; y así disponía de tiempo suficiente para escribir romances, autos, comedias, cartas, silvas, sonetos, etc. Recogió así la admiración de mucha gente, pero también la envidia, incluso por parte de sus compañeras, llegando al punto de que una prelada le prohíbe estudiar. Sor Juana acató la orden durante tres meses.

Su identidad intelectual la empujaba a resolver los enigmas del mundo que la rodeaba, pero las circunstancias eran demasiado adversas. Los pocos ingenios que en Méjico estudiaban los nuevos aportes de la astronomía y ciencias afines no se podían comunicar con ella de manera satisfactoria porque estos temas eran peligrosos. Tampoco sus condiciones de trabajo eran suficientes, a pesar de sus dotes intelectuales excepcionales. Aún así, y a pesar de que sus fuentes de información eran discontinuas e indirectas, eran numerosas.

Sor Juana había demostrado que había superado los límites impuestos a la mujer para el estudio, hasta que en los últimos años de su vida decidió renunciar a su formación y dejar de escribir, al menos oficialmente. Sigue sin estar claro hasta hoy si lo hizo voluntariamente o por presiones de la Iglesia, pero pocos años antes de morir vendió su biblioteca y el dinero que obtuvo, se lo donó a los pobres. 

El 17 de abril de 1695 fallece Sor Juana Inés víctima de una epidemia de tifus en el convento, de la que ella se contagió por cuidar de sus hermanas.

No queremos despedirnos sin recomendaros el fabuloso ensayo Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, donde Octavio Paz realiza una rigurosa exposición acerca la obra, la biografía, el proceso de creación literaria o el contexto socio-cultural, entre otros aspectos, de Sor Juana Inés de la Cruz.

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