domingo, 13 de diciembre de 2015

20 poemas de amor imprescindibles

Los amantes, René Magritte.
Fuente: revistaatticus.es

Son innumerables los poemas de temática amorosa que la historia de la literatura nos ha legado. Motivo predilecto de poetas y artistas a lo largo del tiempo, el amor ha sido tratado a través de diferentes ópticas y códigos en las diferentes épocas. Este pequeño muestrario, en el que no están todos los que son pero son todos los que están, pretende un recorrido diacrónico sobre veinte poemas de amor imprescindibles para los lectores.



1. Canción, Juan de Mena.


Oiga su merced y crea,
¡ay de quien nunca he vido!
hombre que tu gesto vea
nunca puede ser perdido.

Pues tu vista me salvó,
cesse tu saña tan fuerte;
pues que, señora, de muerte
tu figura me libró,
bien dirá cualquiera que sea,
sin temor de ser vencido:
hombre que tu gesto vea
nunca puede ser perdido.

2. No te tardes que me muero, Juan del Encina.


No te tardes que me muero,
carcelero,
no te tardes que me muero.

Apresura tu venida
porque no pierda la vida,
que la fe no está perdida,
carcelero,
no te tardes que me muero.

Bien sabes que la tardança
trae gran desconfiança;
ven y cumple mi esperança,
carcelero,
no te tardes que me muero.

Sácame desta cadena,
que recibo muy gran pena,
pues tu tardar me condena.
Carcelero,
no te tardes que me muero.

La primer vez que me viste
sin te vencer me venciste;
suéltame, pues me prendiste.
Carcelero,
no te tardes que me muero.

La llave para soltarme
ha de ser galardonarme,
proponiendo no olvidarme.
Carcelero,
no te tardes que me muero.

Fin

Y siempre cuanto vivieres
haré lo que tú quisieres
si merced hacerme quieres.
Carcelero,
no te tardes que me muero.

3. Canción V, Juan Boscán.


¿Qué haré, que por quereros
mis extremos son tan claros,
que ni soy para miraros,
ni puedo dejar de veros?

Yo no sé con vuestra ausencia
un punto vivir ausente,
ni puedo sufrir presente,
señora, tan gran presencia.

De suerte que, por quereros,
mis extremos son tan claros,
que ni soy para miraros,
ni puedo dejar de veros.

4. Soneto V, Garcilaso de la Vega.


Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribistes, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.

5. Cántico espiritual (fragmento), San Juan de la Cruz.


¿Adónde te escondiste, 
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero:
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas,
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

6. Soneto, Lope de Vega.


Desmayarse, atreverse, estar furioso, 
áspero, tierno, liberal, esquivo, 
alentado, mortal, difunto, vivo, 
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo, 
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, 
enojado, valiente, fugitivo, 
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño, 
beber veneno por licor süave, 
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe, 
dar la vida y el alma a un desengaño; 
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

7. Definición del amor, Francisco de Quevedo.


Es hielo abrasador, es fuego helado, 
es herida que duele y no se siente, 
es un soñado bien, un mal presente, 
es un breve descanso muy cansado. 
Es un descuido que nos da cuidado, 
un cobarde con nombre de valiente, 
un andar solitario entre la gente, 
un amar solamente ser amado. 
Es una libertad encarcelada, 
que dura hasta el postrero paroxismo; 
enfermedad que crece si es curada. 
Éste es el niño Amor, éste es su abismo. 
¿Mirad cuál amistad tendrá con nada 
el que en todo es contrario de sí mismo!

8. En que satisfaga un recelo, Sor Juana Inés de la Cruz.


Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.

Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos:
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

9. El verdadero amor, Vicente García de la Huerta.


Antes al cielo faltarán estrellas,
al mar peligros, pájaros al viento,
al sol su resplandor y movimiento,
y al fuego abrasador vivas centellas;
antes al campo producciones bellas,
al monte horror, al llano esparcimiento,
torpes envidias al merecimiento,
y al no admitido amor, tristes querellas;
antes sus flores a la primavera,
ardores inclementes al estío,
al otoño abundancia lisonjera,
y al aterido invierno hielo y frío,
que ceda un punto de su fe primera,
cuando menos que falte, el amor mío.

10. Yo pienso en ti, José Batres Montúfar.


Yo pienso en ti, tú vives en mi mente 
sola, fija, sin tregua, a toda hora, 
aunque tal vez el rostro indiferente 
no deje reflejar sobre mi frente 
la llama que en silencio me devora.
En mi lóbrega y yerta fantasía 
brilla tu imagen apacible y pura, 
como el rayo de luz que el sol envía 
a través de una bóveda sombría 
al roto mármol de una sepultura.
Callado, inerte, en estupor profundo, 
mi corazón se embarga y se enajena 
y allá en su centro vibra moribundo 
cuando entre el vano estrépito del mundo 
la melodía de tu nombre suena.
Sin lucha, sin afán y sin lamento, 
sin agitarme en ciego frenesí, 
sin proferir un solo, un leve acento, 
las largas horas de la noche cuento 
¡y pienso en ti! 

11. Oriental (1), José de Zorrilla.


Dueña de la negra toca,
la del morado monjil,
por un beso de tu boca
diera a Granada Boabdil.
Diera la lanza mejor
del Zenete más bizarro,
y con su fresco verdor
toda una orilla del Darro.
Diera la fiesta de toros,
y si fueran en sus manos,
con la zambra de los moros
el valor de los cristianos.
Diera alfombras orientales,
y armaduras y pebetes,
y diera... ¡que tanto vales!,
hasta cuarenta jinetes.
Porque tus ojos son bellos,
porque la luz de la aurora
sube al Oriente desde ellos,
y el mundo su lumbre dora.
Tus labios son un rubí,
partido por gala en dos...
Le arrancaron para ti
de la corona de Dios.
De tus labios, la sonrisa,
la paz de tu lengua mana...
leve, aérea, como brisa
de purpurina mañana.
¡Oh, qué hermosa nazarena
para un harén oriental,
suelta la negra melena
sobre el cuello de cristal,
en lecho de terciopelo,
entre una nube de aroma,
y envuelta en el blanco velo
de las hijas de Mahoma!
Ven a Córdoba, cristiana,
sultana serás allí,
y el sultán será, ¡oh sultana!,
un esclavo para ti.
Te dará tanta riqueza,
tanta gala tunecina,
que ha de juzgar tu belleza
para pagarle, mezquina.
Dueña de la negra toca,
por un beso de tu boca
diera un reino Boabdil;
y yo por ello, cristiana,
te diera de buena gana
mil cielos, si fueran mil.

12. El poeta a su amada, César Vallejo.


Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado
y que hay un viernesanto más dulce que ese beso

En esta noche rara que tanto me has mirado
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso
En esta noche de septiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos dormiremos, como dos hermanitos.

13. Te doy mi alma desnuda, Juana de Ibarbourou.


Te doy mi alma desnuda,
como estatua a la cual ningún cendal escuda.

Desnuda con el puro impudor
de un fruto, de una estrella o una flor;
de todas esas cosas que tienen la infinita
serenidad de Eva antes de ser maldita.

De todas esas cosas,
frutos, astros y rosas,
que no sienten vergüenza del sexo sin celajes
y a quienes nadie osara fabricarles ropajes.

Sin velos, como el cuerpo de una diosa serena
¡que tuviera una intensa blancura de azucena!

Desnuda, y toda abierta de par en par
¡por el ansia del amar!

14. Tú vives siempre en tus actos…, Pedro Salinas.


Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.

De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.

Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.

Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reloj
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.

15. Unidad en ella, Vicente Aleixandre.


Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, 
rostro amado donde contemplo el mundo, 
donde graciosos pájaros se copian fugitivos, 
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro, 
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra, 
cráter que me convoca con su música íntima, con esa 
indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir, 
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera 
no es mío, sino el caliente aliento 
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor, 
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida, 
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas 
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, 
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente 
que regando encerrada bellos miembros extremos 
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina, 
como un mar que voló hecho un espejo, 
como el brillo de un ala, 
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo, 
un crepitar de la luz vengadora, 
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza, 
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

16. Te me mueres de casta y de sencilla…, Miguel Hernández.


Te me mueres de casta y de sencilla: 
estoy convicto, amor, estoy confeso 
de que, raptor intrépido de un beso, 
yo te libé la flor de la mejilla.

Yo te libé la flor de la mejilla, 
y desde aquella gloria, aquel suceso, 
tu mejilla, de escrúpulo y de peso, 
se te cae deshojada y amarilla.

El fantasma del beso delincuente 
el pómulo te tiene perseguido, 
cada vez más potente, negro y grande.

Y sin dormir estás, celosamente, 
vigilando mi boca ¡con qué cuido! 
para que no se vicie y se desmande.

17. Poema 1, Pablo Neruda.


Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, 
te pareces al mundo en tu actitud de entrega. 
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava 
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra. 

Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros 
y en mí la noche entraba su invasión poderosa. 
Para sobrevivirme te forjé como un arma, 
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda. 

Pero cae la hora de la venganza, y te amo. 
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme. 
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia! 
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste! 

Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia. 
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso! 
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue, 
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.

18. Todavía, Mario Benedetti.


No lo creo todavía 
estás llegando a mi lado 
y la noche es un puñado 
de estrellas y de alegría

palpo gusto escucho y veo 
tu rostro tu paso largo 
tus manos y sin embargo 
todavía no lo creo

tu regreso tiene tanto 
que ver contigo y conmigo 
que por cábala lo digo 
y por las dudas lo canto

nadie nunca te reemplaza 
y las cosas más triviales 
se vuelven fundamentales 
porque estás llegando a casa

sin embargo todavía 
dudo de esta buena suerte 
porque el cielo de tenerte 
me parece fantasía

pero venís y es seguro 
y venís con tu mirada 
y por eso tu llegada 
hace mágico el futuro

y aunque no siempre he entendido 
mis culpas y mis fracasos 
en cambio sé que en tus brazos 
el mundo tiene sentido

y si beso la osadía 
y el misterio de tus labios 
no habrá dudas ni resabios 
te querré más 
                            todavía.

19. Nunca terminaré de amarte, Gloria Fuertes.


Y de lo que me alegro,
es de que esta labor tan empezada,
este trajín humano de quererte,
no lo voy a acabar en esta vida;
nunca terminaré de amarte.
Guardo para el final las dos puntadas,,
te-quiero, he de coser cuando me muera,
e iré donde me lleven tan tranquila,
me sentaré a la sombra con tus manos, 
y seguiré bordándote lo mismo.
El asombro de Dios seré, su orgullo,
de verme tan constante en mi trabajo.

20. Un amor más allá del amor, Roberto Juarroz.


Un amor más allá del amor, 
por encima del rito del vínculo, 
más allá del juego siniestro 
de la soledad y de la compañía. 
Un amor que no necesite regreso,
pero tampoco partida. 
Un amor no sometido 
a los fogonazos de ir y de volver, 
de estar despiertos o dormidos, 
de llamar o callar. 
Un amor para estar juntos 
o para no estarlo 
pero también para todas las posiciones 
intermedias. 
Un amor como abrir los ojos. 
Y quizá también como cerrarlos.


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